27 de mayo de 2022

Solo muere quien se olvida, y yo no me olvido: texto de la Lic. en Psicología Sofía Sicot

Por Nexos del Sur

Estamos en una fecha donde en Laboulaye (como también en otras partes del mundo), estos meses, el final de mayo, lo que viene de junio, están siendo particularmente difíciles para muchas familias que el año pasado perdieron, en una ola de contagios por el Covid-19, a un ser o seres queridos.

Es propio que si sos integrante de esas familias que en esta fecha te encuentres pensando en cada uno de esos días del 2021. Las preguntas se apoderan y rondan; la culpa de sobrevivir; lo injusto que parece haber sobrevivido. Vuelve a los pensamientos ese momento que se fue a controlar la saturación de oxígeno o a hacer una placa de control y te avisaron que quedaba internado/a.

Así, como una cuestión azarosa, como un sorteo por la radio en el ‘82 que te decía si te ibas a las Malvinas o zafabas. Número alto (más de 92/93 de saturación) volvía a la casa; número bajo, se iba al Ramón J. Cárcano.

Y ahí empieza estos días la memoria a correr para atrás: la despedida con esa persona, que fue como una de las cotidianas porque pensaste que ya volvía; el aviso de que quedaba internada, ¿y a dónde: sala común o terapia?; rezando para que sea la primera opción porque la segunda era el mismísimo campo de batallas.

Ingresa a sala común: Pasan los días, uno, dos, corren los partes, día tres, pudiste verla colgándote por una ventana del hospital, día cuatro, fallece un familiar del compañero de habitación, la muerte es una posibilidad de salida de ese lugar, día cinco, miedo, seis, esperanza, le dan el alta al compañero de sala, día siete, sigue adentro y la locura se empieza a apoderar de toda la familia, día ocho, los partes no mejoran, traslado a terapia… la vida se pone en pausa. Llega el aviso indeseado. Y los meses que siguieron, de la única forma que pudieron seguir.

Estas familias no pudieron despedirse o casi despedirse de su ser querido, no pudieron hacer el ritual tradicional de velorio en la FEL, estar acompañadas físicamente y ser abrazadas todo lo que merecían. Todo aconteció en cuestión de días. Algo que pasaba a nivel mundial no fue real hasta que no pasó en casa, o en la casa del tío, de la amiga, de los abuelos.

Por eso, estos días, es muy importante hablar, preguntar, acompañar, organizar una cena, un café, algo rico, dar abrazos, ponerse a disposición. Dejarse acompañar, abrazar, abrirse un poquito, compartir el dolor, que se vuelve menos pesado cuando lo podemos poner en palabras, en un llanto en un hombro. Poder hablar de lindos recuerdos construidos con esas personas, lo valiosa que fue su presencia en nuestras vidas, reírnos de alguna anécdota. Compartir una foto, organizar algún ritualcito para la fecha de aniversario, crear formas de construir presencias, conexiones.

Desde mi lugar envío un abrazo desde lo profundo a cada familia que está transitando esto, especialmente a las familias que acompaño desde mi profesión, y a la familia a la que pertenezco que vivió de cerca y que también despidió a alguien fundamental.

No están solos/as, sostenemos con amor estos días difíciles, y les propongo siempre tener presente que “sólo muere quien se olvida”, y yo no me olvido, ni vos, ni vos, ni vos.

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